Feminicidio o auto-construcción de la mujer (libro en pdf)
"Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Volumen I: Recuperando la historia", libro de María del Prado Esteban y Félix Rodrigo Mora publicado en 2012 por Aldarull Edicions.
El libro se puede descargar en pdf aquí y aquí.
A continuación, sinopsis, índice de contenidos, algunos fragmentos y un algunos vídeos.
SINOPSIS:
Puesto que la mujer es sujeto de su propio destino será responsable de la consumación del feminicidio si no acepta la carga de su propia emancipación, eso significa que no debe volver a mirarse a sí misma ni permitir el ser mirada como víctima de la historia, sino como participante activa que, si bien en muchas ocasiones ha sido y será abatida o arrollada por la potencia de las fuerzas del Estado, tiene, entre sus posibilidades, la de ganar la libertad como libertad para el conjunto de la sociedad.
"Feminicidio o auto-construcción de la mujer" es una indagación sobre la realidad del patriarcado que derriba muchos mitos creados por el sexismo político institucional al analizar la realización temporal concreta del orden patriarcal. Así el analisis riguroso de diversas y distantes experiencias de nuestra historia demuestra que no ha sido "el hombre" sino el Estado el artífice de la subordinación política de la mujer.
Si las mujeres, como aquí se plantea, han sido sujetos activos del devenir histórico y no meros objetos inconscientes o víctimas de la historia, serán, tambien hoy, responsables de su propia emancipación y de la regeneración de la declinante sociedad presente.
ÍNDICE:
Exordio
Prólogo: precisiones sobre epistemología
Simone de Beauvoir, misoginia y mentiras para construir la mujer nueva
La construcción del feminismo contra la emancipación de la mujer
El patriarcado como mito
Hiper-patriarcado, la herencia de la Revolución francesa, el progresismo, el anti-clericalismo y la izquierda
De la Revolución francesa al Código civil español de 1889
La Constitución de 1812. La abolición política de la mujer
La codificación del patriarcado en la Revolución liberal
La socialdemocracia y el izquierdismo, aculturación, neo-patriarcado, genocidio y feminicidio
Feminismo, aculturación, políticas de culpabilización e ingeniería social
En torno al matriarcado
Aportaciones sobre el origen del patriarcado
La instauración del patriarcado moderno. El código civil francés de 1804 y el Código civil español de 1889
El patriarcado y la guerra
La mujer y la revolución en la Alta Edad Media hispana
Figuras femeninas del Quijote, una reflexión sobre la visión de la mujer popular en la sociedad preliberal
El liberalismo y el fascismo ante la cuestión femenina
La modernidad misógina
Las milicianas en la Guerra Civil
El rechazo del feminismo por el movimiento libertario histórico
Reflexiones sobre el paso del patriarcado al neo-patriarcado
NOTAS
FRAGMENTOS:
La obligación política de creer por fe el mito de una historia
exclusivamente masculina está intoxicando la psique de un gran número de
mujeres que, si como hemos hecho nosotros, comenzaran a indagar en el
decurso del acontecer humano buscando en sus hechos verificables la
verdad, descubrirían que, en los acontecimientos pretéritos, las féminas
del pueblo fueron sujetos activos a favor de la libertad y el avance de
la humanidad o en su contra, actuando como seres humanos con albedrío y
voluntad, al igual que los hombres. Como ellos, fueron manipuladas y
victimizadas por las elites de los poderosos en muchas ocasiones o se
sacudieron su yugo con bravura y decisión en muchas otras.
Es observable también, cuando se recupera la huella de la realidad
pasada, que el patriarcado ha ascendido con el crecimiento del Estado y
ha disminuido con la resistencia popular al mismo, por lo que los
oprimidos aparecen tanto como víctimas del mal político como de sí
mismos o, en algunas ocasiones, artífices de su dignidad y libertad, lo
que es una verdad acreditada para las mujeres y los hombres. Eso nos
sitúa como sujetos de la historia y no como meros peleles en manos de
fuerzas imbatibles. También hemos podido penetrar en el meollo de la
realidad presente de la mujer que no es, como se insiste, la de su
manumisión del patriarcado y el progreso de su libertad sino la de un
nuevo constreñimiento más perfecto que el anterior y una
neo-domesticidad o encierro existencial más embrutecedor que el que
conocieron sus antepasadas a lo que hemos denominado neo-patriarcado.
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Lo que más resalta, y repugna, en dicho texto ["El segundo sexo", de
Simone de Beauvoir], pero que muy pocas y pocos logran aprehender, dada
la promoción de la voluntad de creer que hace la modernidad en el sujeto
medio, es la descomunal carga de machismo que contiene, la manera tan
rencorosa como descalifica el cuerpo de la mujer, a la que con un
lenguaje relamido y tortuoso presenta como inferior biológicamente al
ser víctima desventurada de unas taras terribles que la naturaleza le ha
impuesto al hacerla mujer. Esa misoginia implacable se manifiesta
incluso en el desprecio con que describe a las hembras de los mamíferos,
cuya actividad sexual presenta de modo equivocado, conforme a
prejuicios sin fundamento que muestran a los machos como "superiores" y a
las hembras como "inferiores", falseando la realidad de su vida
reproductiva.
Es éste uno de los textos más misóginos de la historia de la humanidad,
cuya admisión por las y los feministas manifiesta la carga atroz de
machismo que tienen interiorizada y que les lleva, como no podía ser por
menos, a implorar al Estado y a la clase propietaria que les tutele y
proteja, única forma, al parecer, de aliviar su inferioridad congénita.
Dicha aversión a la mujer es lo que tanto gustó a las militantes de la
Falange y de la Sección Femenina que ya desde los años 40 hicieron del
libro comentado uno de sus textos más apreciados, cuestión que más
adelante se tratará.
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El viejo Código Civil de 1889, regulador del antiguo patriarcado, en su
artículo 57 dice: "El marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer
al marido". El neo-patriarcado, no escrito para evitar ponerse en
evidencia, pero por ello mismo más letal y destructivo, además de
embaucador y maquiavélico, caso de codificarse, redactaría su artículo
más notable de la manera que sigue: "El Estado debe proteger a la mujer,
y ésta obedecer al Estado".
Nuestra idea es sencilla: nadie tiene que proteger a las mujeres ni
ayudarlas ni someterlas a discriminación positiva. Son capaces de
bastarse a sí mismas y todo ese asistencialismo y tutela es la nueva
forma que adopta el patriarcado.
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Frente a la idea simplista de que el sometimiento de la mujer es un
asunto aislado, sin relación con el resto de las estructuras políticas,
jurídicas y económicas del cuerpo social, se yergue la observación
imparcial de la realidad. Pero también el testimonio de ciertos autores,
que lo presentan como la parte de un todo.
Así expone la cuestión Montesquieu en su obra más reputada, "Del
espíritu de las leyes": "la servidumbre de las mujeres, al contrario, se
ajusta bien a la índole del gobierno despótico, dado en todo al abuso.
En todas las épocas se ha visto en Asia que marchaban a la par la
servidumbre doméstica y el gobierno despótico. En un gobierno que exige
ante todo la tranquilidad y en el que se llama paz a la más rígida
subordinación, lo primero que se necesita es encerrar a las mujeres".
Exacto. La tiranía ocasiona patriarcado y el patriarcado es parte de una
tiranía política más general, de modo que, cuanto más misógina es una
sociedad más desprovista está de libertad política en todos los órdenes
de la existencia humana.
En consecuencia, no sería acertado estudiar la expresión cimera del
patriarcado, el Código Civil de 1889, sin comprender el orden
político-jurídico que lo originó, del cual éste es sólo una parte. Orden
que oprime a los hombres y a las mujeres de las clases populares con
normas legales que imponen la desigualdad para maximizar la opresión de
ambos sexos, como en el caso de dicho Código.
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El art. 203 tiene un contenido bien singular: "los esposos contraen, por
el sólo hecho del matrimonio, la obligación común de alimentar y educar
a los hijos", mandato que impone al varón un deber, mantener él sólo a
la familia con aportaciones externas en el caso de que la mujer sea,
como dice la conocida fabulación, un ama de casa. Por tanto, en contra
de la demagogia feminista, el patriarcado impone deberes rigurosos a los
varones, que han de cumplir si desean evitar la coacción de la ley.
La clave está en el art. 213: "el marido debe protección a su mujer; la
mujer obediencia al marido", lo que se reafirma para ciertas cuestiones
concretas en el art. 214. Ese intercambio, forzado por la norma legal,
de obediencia por protección es la clave del patriarcado, y en el
neo-patriarcado actual permanece, con la única alteración de que ahora
la mujer es protegida directamente por el Estado, al que debe
obediencia. Si es así tratada, sea por el marido o el Estado, y debe
recompensar a su protector con obediencia, es porque se la considera
como menor de edad, débil, incapaz e irresponsable. En consecuencia, la
renuncia a toda protección (como la ahora otorgada por la Ley de
Violencia de Género y por varias otras leyes destinadas a realizar la "discriminación positiva" de las féminas, todo lo cual es un
paternalismo sexista que acongoja) es la precondición de la negación de
toda obediencia, vale decir, de la libertad interior y exterior,
espiritual y de acción, de las mujeres. En esto reside nuestra principal
diferencia con el feminismo.
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No es posible tratar el asunto del patriarcado clásico sin señalar,
junto a las limitaciones que imponía al desarrollo de la fémina como ser
humano integral, los privilegios que le otorgaba. El más importante de
todos era no ir al ejército en tiempos de paz y no ir a la guerra cuando
la paz se rompía. Ello elevaba la calidad de su vida de forma notable,
porque nada, excepto la fábrica y el trabajo asalariado en general, ha
envilecido y atormentado tanto al varón como su estancia forzosa en los
cuarteles, incluso si había una situación de ausencia de guerra. El
cuartel le hizo y hace servil, cobarde, dado al alcohol, al juego y a la
prostitución, holgazán, violento, cruel, desalmado, desentendido de la
noción de bien moral y, también, machista (hoy neo-machista, esto es,
feminista). Al mismo tiempo le ocasiona sufrimientos sin cuento y le
somete a peligros físicos de diversa naturaleza, pues la mortalidad y
morbilidad en los establecimientos militares siempre ha sido alta,
incluso en ausencia de conflagraciones armadas. No tener que entrar en
ellos era una ventaja colosal de la que han disfrutado las mujeres
durante generaciones y que ahora han perdido en el neo-patriarcado.
Desde que el cuartel se hizo parte habitual del paisaje urbano, en el
siglo XVIII, con la instauración de los ejércitos regulares, la
condición masculina declinó, perdiendo su anterior virtud, bondad,
grandeza, cortesía, valentía y vigor.
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Causa estupefacción que el habitual victimismo feminista olvide que los
varones han padecido, como actores y agentes, esa experiencia terrible
que es la guerra injusta, que les ha sido impuesta por el Estado, el
mismo que ha infligido a las féminas su peculiar marginación. En la
contienda de 1914-18 murieron el 27% de los varones franceses entre 18 y
27 años, mientras que el número de mujeres fallecidas por dicha
conflagración fue insignificante. Eso, se mire como se mire, expresa un
privilegio descomunal, que no niega la otra cara de la condición
femenina, pero que no puede ser ocultado para maximizar el discurso
victimista, tan provechoso para las y los profesionales de la cosa, en
particular para las y los que usufructúan las Cátedras de Género, origen
de un sinnúmero de perversiones de la mente y monstruosidades
doctrinales realizadas al mandato de quien les financia, el aparato
estatal. Es envilecedor y destructivo para la condición femenina mirar
el mundo bajo el prisma deformado de la patología de la queja, sin
entender, dolerse y compadecerse de las cargas terribles que atribularon
al otro sexo.
La guerra es peor que la muerte, como expuso un soldado francés, tras
unas semanas padeciendo el horror sin límites de la lucha en primera
línea durante la mencionada contienda: "si hubiera sabido que esto es la
guerra, si va a ser así todos los días, prefiero que me maten
enseguida". Lo que explica que los supervivientes retornaran a
retaguardia, como dice otro soldado que lo vivió, "destrozados de cuerpo
y de mente": tales eran las pretendidas prerrogativas que el
patriarcado otorgaba a los hombres y que, ciertamente, no disfrutaban
las féminas.
En efecto, los varones movilizados tenían que sufrir las condiciones
climáticas a la intemperie, o alojados en cuevas y chabolas infectas,
cubiertos de polvo y atormentados por la sed en verano, hundidos en el
fango en las épocas de lluvias y bajo la nieve, escarcha y hielo en
invierno, devorados siempre por los piojos, tomando una alimentación
escasa y repugnante, viviendo entre los cuerpos de camaradas y amigos
descuartizados, con las entrañas al descubierto, la masa encefálica
desparramada por el suelo y los miembros amputados y esparcidos por las
explosiones, con un hedor insufrible, que hacía vomitar e impedía comer y
dormir, en medio de nubes de moscas y moscardas saciándose con los
cadáveres, en verano cubiertos de gusanos y en todas las estaciones
devorados por las feroces ratas de las trincheras que, a menudo,
comenzaban a morder y arrancar trozos de carne a los moribundos
abandonados en la tierra de nadie antes de que hubieran expirado.
. . .
Ahora todos, mujeres y hombres, tenemos que aprender de nuestras madres y
abuelas, recuperando su envidiable e insustituible facultad para vivir
ajenas a esos productos letales que nos privan de libertad y dignidad.
El pensamiento sexista ortodoxo demoniza a esas mujeres, haciendo así
más difícil que podamos aprender de ellas, imitando su grandeza de
ánimo, austeridad, autodominio, estoicismo, eticidad, capacidad para
amar desinteresadamente, espíritu de esfuerzo, disposición para el
servicio y autosuficiencia, virtudes magníficas que en una sociedad
libre, regenerada y civilizada han de ser, asimismo y en igual medida,
patrimonio espiritual de los varones.
. . .
En lo referente a las féminas, nos han llegado documentos que muestran
su muy real autonomía. Uno es la carta de población de Cardona (Países
Catalanes), de hacia el año 887, rotundamente antiesclavista en relación
a los varones y a las mujeres, lo que es particularmente interesante en
un momento en que la institución islámica del harén convertía a
infinidad de mujeres en esclavas, en meras cosas poseídas absolutamente
por los déspotas y los clérigos islámicos de la época. Otro diploma de
carácter foral que muestra ya en el año 955 que el concejo abierto era
la reunión de toda la comunidad vecinal, mujeres también, es el de
Berbea, Barrio y San Zadornil (Álava). No es un hecho localizado sino
común a todo el territorio cristiano, por eso en el Diccionario
Histórico de Asturias, dirigido por Javier Rodríguez Muñoz, se dice del
vocablo "concilium" que "implicaba la congregación de todos los
habitantes del territorio sin distinción de sexo, ni edad, ni condición
social".
Esto refuta los ásperos dicterios dirigidos contra ese orden social,
precisamente porque era ajeno al Estado (que existía pero que no tenía
capacidad para intervenir decisivamente en la vida popular), sin
propiedad privada concentrada, sin ojeriza a los iguales ni veneración
por los poderhabientes y sin sexismo. Es significativo que a mediados
del siglo X se quemaran en Burgos, de manera pública y solemne,
ejemplares del "Liber Iudiciorum" o "Fuero Juzgo" de los godos, acto
cargado de sentido emancipatorio para todos, para los hombres y para las
mujeres, pues, entre otras muchas atrocidades, tal documento legal
recupera la peor interpretación del patriarcado romano.
Pero hay más. Un documento de donación de Fuente Salinas, al sur de
Vasconia, de 1077, da cuenta de que tal acto jurídico es realizado por
hombres y mujeres unidos e iguales, en el latín tardío entonces usado,
“tam viriis quan mulieres, toto concilio pariter”, formulación que
expone cómo era, en lo referente al género, el órgano máximo de
autogobierno popular, el concejo abierto medieval. Un diploma de Ávila,
de 1146, se refiere a "todo Concilio de avila virorum et mulierem" y el
influyente fuero de Nájera (La Rioja), de 1076, declara estar, atención a
esto, elaborado y promulgado por todo el vecindario "tan viris, quam
mulieribus".
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El franquismo tuvo por designio estratégico realizar las tareas que la
revolución liberal y constitucional estatuyó con la Constitución de 1812
y que ésta no había podido cumplir a cabalidad, en los territorios que
la Constitución de 1978 hoy en vigor, denomina España. Una de dichas
tareas era imponer a las masas la ideología patriarcal, que había sido
resistida por las clases subalternas con notable éxito, hasta 1939, a
pesar del abyecto Código de 1889. Ello se prueba de diversas maneras.
Una es la importancia excepcional que en los años anteriores a la guerra
civil alcanzaron ciertas mujeres dedicadas a la política, tales como
Dolores Ibárruri, Victoria Kent (quien ya en los años 20 había declarado
que su condición de mujer en nada le había perjudicado para el
ejercicio de su profesión de abogada), Federica Montseny o Margarita
Nelken. Todas llegaron a ser referencia intelectual, política y
militante obligada de primera importancia para millones de hombres (y de
mujeres) de las clases trabajadoras, que escuchaban y seguían con
enorme atención sus dictámenes y reflexiones sobre los más candentes
problemas de actualidad, una buena parte de ellos de primerísima
importancia, asunto que hizo de nuestro país caso único en Europa, dato
que converge con la observación realizada por T. Gautier en el siglo
XIX, ya citada.
. . .
Además, hay que valorar el fenómeno de las mujeres milicianas, varios
miles, que podrían haber llegado a ser cientos de miles de no haber
mediado la nefasta acción del gobierno republicano, presionado por
Francia e Inglaterra, precisamente la cuna del feminismo y el
sufragismo, hecho que es también un caso excepcional en Occidente.
Podría pensarse que se trató de un asunto menor, pero hay un documento
de particular importancia que viene a validar y generalizar lo expuesto.
Es "Mi guerra de España", de la internacionalista Mika Etchebéhère,
libro de enorme sinceridad, valentía, objetividad y calidad narrativa,
una de las mejores obras sobre nuestra guerra civil, si no la mejor, en
el ámbito de la autobiografía, elaborada por ella misma. Mika, llegó
aquí al comenzar la guerra con su compañero y, muerto éste en acción,
siguió en la lucha armada antifascista.
. . .
Para Montseny, la imprescindible liberación de las mujeres debía
provenir, sobre todo, del esfuerzo propio por emanciparse, admitiendo
responsabilidades y compromisos en la lucha política, cultural, sindical
y revolucionaria, cultivando las virtudes del esfuerzo consciente y reflexivo, la autodisciplina, la entrega y la admisión de los propios
errores y debilidades. Para ella el acceso de la mujer a puestos de
responsabilidad en el movimiento libertario dependía más de la voluntad
de las mujeres de implicarse en las tareas y luchas que de la superación
de los residuos de misoginia que pudieran darse en los varones, reales
en ocasiones, pero casi siempre escasamente significativos y a menudo
inferiores al machismo interiorizado que manifestaban una parte de las
féminas al negarse de hecho a ocupar los puestos de más compromiso,
dificultad y peligro.
Que a Federica le repelía el feminismo es algo bien conocido ("no éramos
feministas" repite una y otra vez), lo cual está en relación con su
trayectoria como ser humano-mujer, que, dejando a un lado victimismos
fáciles y auto-destructivos, fue capaz de construirse a sí misma hasta
hacerse la personalidad más influyente quizá en el movimiento obrero
anterior a 1939, sólo parangonable con B. Durruti. Su posición al
respecto variaba desde el no-feminismo al anti-feminismo, por lo que ni
siquiera se afilió a Mujeres Libres, a pesar de que esta organización,
de fines dudosos y confusa trayectoria como luego se expondrá, no se
dijo feminista de manera programática. Su argumento, bastante realista,
era que una organización separada de mujeres, junto con la ideología
sexista que ello lleva aparejado, dividiría al movimiento libertario
haciendo imposible la revolución. Lo expuesto no equivale a negar sus
graves errores en la guerra civil, entre los que destaca la aventura
ministerial que mantuvo durante seis meses, que posteriormente consideró
equivocada y, más aún, su admisión de la retirada de las mujeres
armadas de los teatros de operaciones a partir del otoño de 1936, lo que
fue un dislate monumental cuya consideración autocrítica requiere una
reflexión muy cuidadosa.
Por lo demás, ya "La Revista Blanca", tan representativa del anarcosindicalismo de aquel tiempo, había publicado numerosos artículos de crítica y denuncia del feminismo (123), a menudo provenientes de la inspiración de Soledad Gustavo, esa gran pensadora. En su edición de 1-10-1924 la misma Federica Montseny escribía uno titulado "Feminismo y humanismo", en el que se encuentra una frase esclarecedora: "¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! Propagar un feminismo es fomentar un masculinismo, es crear una lucha inmoral y absurda entre los dos sexos, que ninguna ley natural tolerará". Es significativo que esta mujer, notable escritora, destacada dirigente de masas y finalmente la primera mujer ministra de lo que se conoce como España, fuera anti-feminista.
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